¿Qué hacemos los artistas para acercarnos a la gente, no a través de las exposiciones ni de los espectáculos, sino a través de nuestras vivencias que pueden constituir un puente para el otro?

La autora planteó esta pregunta tras una larga experiencia profesional, cuando a causa de un problema de salud tuvo que dejar de bailar durante un una temporada. Una depresión atravesada constructivamente con ayuda de una psicoterapeuta le permitió desarrollar luego una concepción de la danza.

La transmisión inmediata a través del cuerpo en movimiento se convirtió en enseñanza. María Fux elaboró formas específicas de enseñar a personas con problemas de movimiento a encontrar un nuevo sentimiento de la vida a través de las posibilidades de la expresión corporal.

En este bello texto la autora transmite en un estilo emotivo y lúcido a la vez cómo llegó a penetrar el silencio de una niña sorda para transmitirle lo que es el ritmo y el sonido -el trabajo con personas sordas se convirtió en una de sus especialidades más fecundas- y cómo, entre muchas otras experiencias terapéuticas, consiguió despertar un nuevo sentimiento del propio cuerpo incluso en jóvenes paralíticos.

La intensidad, poesía y humanidad que anima este texto es electrizante. Pero es además el testimonio de una experiencia pionera en esta especialidad terapéutica.